miércoles, 11 de julio de 2018

La verdad y el I Ching: un ejemplo interpretando el Tzolkin de Argüelles

Uno de los rasgos que define a nuestra cultura es la afición que tempranamete vamos desarrollando hacia las "cazas de brujas", sobretodo cuando nos creeemos poseedores de alguna verdad fundamental acerca de alguna materia. En nuestras manos, el I Ching es uno de esos instrumentos que nos permiten discernir acerca de la veracidad de algún dogma, permitiéndonos desnudar contradicciones y discernir aspectos oscuros sobre algún tema en particular.

Como vimos en el post anterior y comprobaremos de alguna forma u otra a lo largo de nuestras vidas, la verdad suele ser un parámetro muy subjetivo y admitir muchas aristas e interpretaciones. Dentro de los hexagramas del i ching el 61, la verdad interior, nos entrega varias pistas acerca de la naturaleza de esta verdad, que está conformada por los trigramas lago abajo y viento arriba. Su forma gráfica a su vez nos recuerda al trigrama fuego. Todos ellos son trigramas femeninos.

Los trigramas que definimos como femeninos están conformados, paradójicamente, por dos líneas yang y una yin que es aquella que los define a través de su receptividad. Lo yin penetrando por debajo, suave e invisible en el caso de Sun, claro, orgulloso y resplandeciente en medio en el caso de Li, o expresándose alegre y seductoramente afuera en el caso de Dui.

Podemos decir entonces que para que podamos hablar de una verdad debe existir primero una alegre serenidad interior, una convicción tranquila, amable y reposada, la cual nos permite discriminar y discernir en el exterior sin aspavientos ni brusquedades. Se trata de una luz que entra por las pupilas, un huevo que en su interior encierra la vida el cual necesita fecundarse.

Una verdad es un rayo que ilumina, y como bien sabe cualquier fotógrafo, la luz crea contraluces


Los trigramas nucleares, en cambio, son ambos masculinos. Los trigramas masculinos se entienden en el i ching como dos lineas yin comandadas por una yang que los define. En el 61 se hacen presentes Dhsen, el trueno, con su impetuosidad fervorosa y Ken, la montaña, con su infinita serenidad. Existe una tendencia subyacente a apostolar, a extender nuestras verdades a los cuatro vientos, que no obstante se ve temperada por la sabiduría del silencio.

Al menos en el i ching y en este plano abstracto de análisis podemos observar que la verdad poco tiene que ver con el dominio y el imperio de imponerse y extenderse, y mucho con el atesorarse y echar raíces en el corazón de manera sosegada.

Al hacer conscientes estos atributos podremos darnos cuenta que, quizás, no vale mucho la pena buscar comprobaciones empíricas de aquello que nos define, sino dejar que eche raíces sin dar nada por cierto, permitiéndonos que la información que recibimos del exterior vaya modificando siempre aquello que creeemos que sabemos y teniendo en consideración ante todo cómo nos hace sentir en nuestro fuero interno.

En lo personal, una de las mayores enseñanzas que me ha traído el I Ching es el hacerme consciente de mi tendencia a apostolar y lo ávido que he sido al buscar verdades en una época de la historia de la humanidad donde aquellos parámetros ya no son tan claros como los fueron para nuestros padres y abuelos.

El siglo XX y lo que va del XXI han sido feroces e implacables en la destrucción de utopías que por milenios parecían inamovibles, desde el aporte filosófico de Nietzche al proclamar "Dios ha muerto" hasta comprobar globalmente los alcances peligrosamente destructivos que han alcanzado nuestras obras como civilización. El escepticismo que caracteriza a aquella corriente de pensamiento que los filósofos han llamado Posmodernidad también ha alimentado nuestras facetas más fundamentalistas, aquellas que nos suelen poner en conflicto con el resto, con los otros que no piensan como nosotros y permanecen en la oscuridad de la ignorancia, o de la falta de fe, creando barreras comunicativas entre nosotros que en ocasiones son infranqueables y cada día son alimentadas desde nuestras producciones culturales.

Luego de este largo preámbulo entraré en materia presentándoles un ejemplo muy cercano. Antes de conocer el I Ching conocí el Tzolkin galáctico de José Argüelles, y luego de muchos años de practicarlo dejé de hacerlo precisamente porque hubo aspectos que me parecieron dudosos, particularmente su forma de plantear el i ching y cierta tendencia fervorosa a alimentar la sensación de iluminación.

El new age, el despertar espiritual de occidente, tiene muchísimo de aquello. Ya desde Aleister Crowley han sido innumerables buscadores de la verdad desde lo esotérico que se apasionan al entramar las diversas formas de conocimiento que la humanidad ha tejido en un tronco común, con la esperanza de disolver nuestras diferencias en pos de un objetivo universal.  Un objetivo loable pero que en la práctica y para ciertas personas escépticas como yo suele causar el efecto contrario.

Esta vez decidí preguntarle al i ching, ya sin ánimos de desenmascarar la visión de Argüelles, que por lo demás considero una interesante forma de desarrollar una forma distinta a nuestros calendarios occidentales de concebir el tiempo, una capacidad que las civilizaciones antiguas desarrollaron profusamente y que la nuestra ha desincentivado en pos del orden práctico de una representación global.

La pregunta fue "¿Cómo consideras la visión que José Argüelles realiza del I Ching?" y la respuesta fue sorprendente: el hexagrama 35, el Progreso, mutando en sus dos primeras líneas al hexagrama 38, la Oposición.  

Una muestra de la propuesta de Argüelles


El hexagrama 35 es para mí uno de los más difíciles de abordar, por lo cual sólo ofreceré ciertos esbozos. Es la madre sometiéndose a la hija del medio, la oscura y profunda devoción a lo misterioso y desconocido frente a la claridad que fervorosa, y paradójicamente, surge cuando nuestra mente iluminada, pragmática y patriarcal acepta dentro de sí el germen de lo vacío. Es el encuentro inusitado, inesperado y fructífero, que nos incita a mirar con otros ojos aquello que quizás por soberbia descartamos.

Recordemos que Argüelles era un arqueólogo, formado en la academia, recinto que suele alimentar nuestras ideas de verdad a partir de un extenso cúmulo de conocimientos y técnicas, que en algún momento declara haber tenido una visión desconocida que lo impulsó a abandonar la academia, a publicar sus libros y dar conferencias por todo el mundo, reuniendo en torno suyo miles de seguidores y creando núcleos en torno a sus postulados a lo largo del globo.

De acuerdo a este hexagrama podemos indicar que aquello que recibió José Argüelles fue en efecto una iluminación, que terminó modificando sus parámetros y le dio sentido a su vida junto a la de muchas otras personas, un auténtico portento similar al que han recibido otros tantos como Terence McKenna, Maya Deren y un montón de ilustres desconocidos a lo largo del mundo, y por supuesto, otros que cometieron atrocidades que son ampliamente condenables, como el mismísimo Hitler, entre otros.

Ahora veamos que ocurre con las líneas. La primera línea habla de un progreso refrenado, aún no reconocido y que no se desespera por obtener reconocimiento. Sabe lo que tiene entre manos, y con tranquila perseverancia sigue su camino sin vacilaciones, silenciosamente como lo hizo Argüelles entre los suyos.

La segunda linea en tanto habla de temores y adversidades, sabemos que Argüelles sufrió la pérdida de un hijo en medio de su peregrinaje. En este caso habla de tender hacia la madre, de dulcificar y acoger, y puede entenderse como el consejo de no tomar en consideración los sesgos patriarcales de la sabiduría que encierra su trabajo, que es precisamente la enseñanza que podemos desprender del anterior análisis del 61.

Así, su progreso espiritual ha encontrado oposiciones en este mundo, oposiciones por cierto que lo confrontan con escépticos suspicaces como quien suscribe, un antagonismo que por cierto no excluye cierta posibilidad de entendimiento que se desarrolla en forma paulatina y constante. Hay verdades para todos los gustos. Si como humanidad lográsemos comprender que ninguna verdad nos hace superiores, ni diferentes, quizás existirían muchos menos conflictos, o conflictos más acotados.

Independientemente que personalmente tenga muchas objeciones a la visión que presenta Argüelles, que no expondré aquí, no soy quien para desenmascararlo, y claramente el I Ching tampoco. Quizás si quien pregunta es alguien que sigue sus enseñanzas la respuesta será distinta. Lo mismo si preguntamos acerca de Jesús, Mahoma, Marx, Adam Smith, Trump, Madero o quien sea, es prudente recordarlo, y en sí es una tremenda enseñanza para nuestros egos.



  

jueves, 5 de julio de 2018

Más allá de las verdades: el hexagrama 62

En términos muy sencillos podemos explicar el i ching como un sistema basado en la alternancia entre los dos principios fundamentales definidos como Yin (lo oscuro) y Yang (lo luminoso). Esta alternancia básica adquiere complejidad al duplicarse y definir un espacio representado por los cuatro símbolos, y luego adquiere un alcance tridimensional en los ocho trigramas. Se trata de una metáfora bastante sencilla que puede observarse en diversos aspectos evidentes de la realidad como el transcurrir de los días, de las estaciones del año y en nuestros ciclos vitales. Estos ocho trigramas, al duplicarse, dan origen a los 64 hexagramas que ejemplifican la complejidad y diversidad de posibilidades que encierra nuestra realidad, que van mucho más allá de estos dos principios fundamentales que en lo concreto y cotidiano resultan inseparables.

Un pájaro sabe muy bien cuándo ha de volar


El ejercicio de separarlos sólo resulta posible mediante la abstracción. Nuestra matriz cultural judeocristiana ha perseguido durante los últimos dos mil años, de diversas, formas, la búsqueda de esa unidad fundamental representada en el concepto de un dios absoluto, omnipresente y omnisciente que las diversas culturas paganas, si bien nunca dejaron de reconocer, tampoco fue objeto de especial atención.

Seamos ateos o creyentes, esta búsqueda persiste en nuestros días. Podemos encontrarla detrás de nuestras ansias de verdad, de perfeccion, en nuestras utopías sociales, morales y políticas, en nuestros ideales cotidianos, en todas las ocasiones cuando sometemos a juicios morales nuestras conductas, actitudes y sentimientos, cuando entendemos al I Ching como un maestro, como una herramienta que nos acerca a esa verdad tan elusiva como la objetividad periodística, que presenta innumerables permutaciones, tantas como culturas existen en el planeta.

De alguna manera el I Ching, como los otros oráculos, se resiste a ser encarcelado en esas verdades y sin embargo pueden utilizarse para responder nuestras dudas y encaminarnos en nuestras respectivas sendas, recordándonos que pese a la diversidad de posibilidades existe algo profundo que nos hermana y nos hace partícipes de sendas mucho más universales que poco tienen que ver con nuestras creencias y subjetividades. Podemos utilizarlo desde una perspectiva gnóstica, atea, politeísta, epistemiológica y encontrar en sus hexagramas referencias profundas a cualquiera de las sendas que transitamos.

Pero el foco es distinto. El propósito del i ching no es identificarse con alguna forma de pensamiento, sino más bien es un marco de referencia en el cual podemos encontrar lo que buscamos. Si nos vamos a la secuencia podríamos afirmar que la verdad, definida en el hexagrama 61 como "interior" de acuerdo a la traducción de Wilhelm y que en términos ideogramáticos, en una interpretación muy libre de la traducción de Ritsema-Karcher se trata fundamentalmente de "encontrarnos conforme a nuestro centro (los espíritus)", viene del 60, de la articulación que viene del ordenarse, de encontrar ese centro al dejar que nuestras aguas encuentren con alegría donde contenerse, y que contra todo lo que pensamos no puede extenderse más allá como nos damos cuenta en el 62, cuando pretendemos volar más allá de nuestro nido.

Cuando ponemos la verdad por delante y la usamos para juzgar a otros caemos en el 62, nos quedamos cortos y corremos el riesgo de caer en las redes del cazador. "Ave voladora: el sonido del abandono" dice el hexagrama. Aquí el hombre pequeño, el cotidiano (no "inferior" como implica Wilhelm) que tiene la sabiduría práctica de ocuparse de sus propios asuntos es el que triunfa al predicar con el ejemplo y no imponerse parámetros más grandes que sus propias circunstancias.

Y esto que escribo no es más que una de tantas metáforas posibles, así como las del texto y como otras tantas que han ido surgiendo en a lo menos estos cinco mil años que reconocemos la existencia de este oráculo que encierra tantas, infinitas, posibilidades de ser. Existe gran sabiduría en tenerlo en cuenta cada vez que consultamos.