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Un pájaro sabe muy bien cuándo ha de volar |
El ejercicio de separarlos sólo resulta posible mediante la abstracción. Nuestra matriz cultural judeocristiana ha perseguido durante los últimos dos mil años, de diversas, formas, la búsqueda de esa unidad fundamental representada en el concepto de un dios absoluto, omnipresente y omnisciente que las diversas culturas paganas, si bien nunca dejaron de reconocer, tampoco fue objeto de especial atención.
Seamos ateos o creyentes, esta búsqueda persiste en nuestros días. Podemos encontrarla detrás de nuestras ansias de verdad, de perfeccion, en nuestras utopías sociales, morales y políticas, en nuestros ideales cotidianos, en todas las ocasiones cuando sometemos a juicios morales nuestras conductas, actitudes y sentimientos, cuando entendemos al I Ching como un maestro, como una herramienta que nos acerca a esa verdad tan elusiva como la objetividad periodística, que presenta innumerables permutaciones, tantas como culturas existen en el planeta.
De alguna manera el I Ching, como los otros oráculos, se resiste a ser encarcelado en esas verdades y sin embargo pueden utilizarse para responder nuestras dudas y encaminarnos en nuestras respectivas sendas, recordándonos que pese a la diversidad de posibilidades existe algo profundo que nos hermana y nos hace partícipes de sendas mucho más universales que poco tienen que ver con nuestras creencias y subjetividades. Podemos utilizarlo desde una perspectiva gnóstica, atea, politeísta, epistemiológica y encontrar en sus hexagramas referencias profundas a cualquiera de las sendas que transitamos.
Pero el foco es distinto. El propósito del i ching no es identificarse con alguna forma de pensamiento, sino más bien es un marco de referencia en el cual podemos encontrar lo que buscamos. Si nos vamos a la secuencia podríamos afirmar que la verdad, definida en el hexagrama 61 como "interior" de acuerdo a la traducción de Wilhelm y que en términos ideogramáticos, en una interpretación muy libre de la traducción de Ritsema-Karcher se trata fundamentalmente de "encontrarnos conforme a nuestro centro (los espíritus)", viene del 60, de la articulación que viene del ordenarse, de encontrar ese centro al dejar que nuestras aguas encuentren con alegría donde contenerse, y que contra todo lo que pensamos no puede extenderse más allá como nos damos cuenta en el 62, cuando pretendemos volar más allá de nuestro nido.
Cuando ponemos la verdad por delante y la usamos para juzgar a otros caemos en el 62, nos quedamos cortos y corremos el riesgo de caer en las redes del cazador. "Ave voladora: el sonido del abandono" dice el hexagrama. Aquí el hombre pequeño, el cotidiano (no "inferior" como implica Wilhelm) que tiene la sabiduría práctica de ocuparse de sus propios asuntos es el que triunfa al predicar con el ejemplo y no imponerse parámetros más grandes que sus propias circunstancias.
Y esto que escribo no es más que una de tantas metáforas posibles, así como las del texto y como otras tantas que han ido surgiendo en a lo menos estos cinco mil años que reconocemos la existencia de este oráculo que encierra tantas, infinitas, posibilidades de ser. Existe gran sabiduría en tenerlo en cuenta cada vez que consultamos.
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