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Pedazos de nuestro ser que son independientes y cuya voluntad tarde o temprano se manifiesta y derrumba nuestra estabilidad. |
Ya el nombre nos trae asociaciones terribles. Se trata, literalmente de hacerse astillas. La energía oscura representada por las cinco líneas yin que ascienden a través de los distintos puestos se encuentra a punto de derribar a la única línea firme que permanece en esta situación. El dictamen advierte: no es propicio ir a ninguna parte. Detengámonos ahí.
El libro de las mutaciones habla de la interacción y la alternancia entre las energías fundamentales: yin y yang. Ambas son indispensables para la vida y el curso al menos de nuestro planeta, el hecho de separarlas obedece más a una reducción metodológica y espacio/temporal que a una oposición dialéctica y tajante. Decimos entonces que la energía yin es receptiva, inmóvil y, por el contrario, la energía yang es creativa, móvil. Se trata de cualidades, comportamientos de una misma energía que alterna entre estas dos polaridades con distinta intensidad, conformando una multiplicidad de ritmos que podemos observar y medir y que no obstante en ocasiones se apartan de la norma.
Cuando se nos recomienza "no es propicio ir a ninguna parte" no se trata de que no podamos, o debamos movernos por alguna clase de imperativo categórico. No nos movemos porque no es momento de moverse, porque lo que se está moviendo es nuestro interior, que se está resquebrajando por dentro.
Sin embargo, como sabemo que la materia no se crea ni se destruye, sólo se transforma, esta disgregación puede equipararse a aquello que ocurre cuando los diversos elementos que constituyen nuestro yo aparecen y exigen su derecho a existir, rebelándose contra esta dictadura de un yo estable y coherente que se ha vuelto opresor y tiránico, que allá arriba ha perdido su contacto y su relación con los otros aspectos de si a los cuales ha tendido a reprimir. Este hexagrama puede leerse como la vocecita de nuestro yo consciente advirtiendo "este orden ya no funciona, deja que se destruya, no te aferres" y como el lado yang es predominante en nuestra cultura nos aterra el caos resultante de esta multitud de vocecitas demandantes.
Resulta muy curioso que pese a esta imagen los dos trigramas constitiuyentes sean la tierra y la montaña, elementos que pueden moverse, hundirse y resquebrajarse a lo largo de eras geológicas pero permanecen inalterables. No podemos reprimir eternamente aquello que esta dentro de nosotros, no nos queda otra que ordenarlo y acomodarlo constantemente de manera que los derrumbes y disgregaciones no sean bruscos. Por lo tanto, este hexagrama será tanto mas desastroso en la medida de qué tan rígidas sean nuestras construcciones e ideas sobre aquello que preguntamos.
Por eso la imagen aconseja: "así los hombres superiores pueden asegurar sus posiciones sólo con generosos donativos a los que están en posiciones inferiores". Este párrafo, atribuido a Confucio, suele confundirnos hasta que un día prestamos atención y nos damos cuenta: el hombre superior es aquel que se separa del pueblo para establecer parámetros de orden, pero no debe olvidar jamás de dónde viene, porque si lo olvida y se aísla cualquier realización que pueda conseguir se termina destruyendo y así ha sido a lo largo de toda la historia de la humanidad. Ocurre lo mismo cuando nuestro interior está lleno de tendencias reprimidas que se vuelven antagónicas: cuando por ejemplo descansamos nuestra seguridad y bienestar en otros, cuando el sentido del deber nos impulsa a anular aspectos de nuestro ser y tantas otras situaciones más.
Lo primero que se disgrega son las patas del catre: perdemos nuestra posición elevada, nuestro modo de vivir se desacredita ante los ojos del pueblo, de los "inferiores" que comienzan a perdernos el respeto. Volvemos a sentirnos a su nivel y mientras más insistamos en conservar nuestras prerrogativas más cierta es la posibilidad de recibir daños. La única salida es volver a adaptarnos a aquello que nos repugna, aprender a alimentarnos y nutrirnos de aquello que en un principio rechazamos, y así volvemos a recuperar nuestra tortuga mágica: nuestra capacidad de adaptación.
Cuando ya nos encontramos al nivel de los "inferiores" quedamos desprotegidos, a merced de sus demandas. Ellos ahora nos miran cara a cara y nos podemos dar cuenta que nuestros mecanismos de defensa son inútiles. Es momento de "hacernos los lesos" o más bien reconocer nuestra completa inexperiencia. Desaprender lo aprendido para poder integrar aquello que se requiere, como lo muestra el hexagrama 4 y poder volver a hacernos cargo de nuestros asuntos, tal vez no como querríamos, sino que como corresponde a nuestra nueva situación.
La tercera línea, a diferencia de las anteriores, es mucho más práctica y empática. Se adapta a su nueva situación sin esfuerzos y encuentra la paz en el silencio y la introspección en el hexagrama 52, el aquietamiento. La situación podría representarse como aquellos revolucionarios que tras ser derrotados encuentran asilo en un convento y sin embargo adentro no encuentran la paz pues en su interior continúa agitándose la arrogancia de sus convicciones que se rehúsan a abandonar.
La cuarta es la advertencia más rotunda, y que resulta más contradictoria al comprobar su mutación. Aquí ya no hay manera de evitar el daño, la fractura, la confrontación. Hemos sido muy rígidos, muy altaneros, tercos y obstinados, la turba nos lincha y pese a ello nos convertimos en mártires de la causa. Si aceptamos el daño como prueba de fe y lo transformamos en una medalla y logramos sobrevivir el progreso seguramente estará a la vuelta de la esquina. En el hexagrama 35, su linea 4 habla de las ratas acaparadoras. ¿Qué otra cosa podemos admirar de las ratas sino su capacidad de supervivencia?
En las dos últimas líneas el sentido del hexagrama cambia. La quinta línea habla de matriarcado, de un cardumen. La revolución ha triunfado, las masas victoriosas y alegres dejan atrás la rabia y disfrutan de su esperado momento de plenitud. Nuestro ego se disgrega, y finalmente se establece el diálogo. Prima la sabiduría, priman los acuerdos, se establece una transición ordenada y recuperamos el orden en la contemplación sabia de quien se conoce a sí mismo, reconociendo cada aspecto de sí y obrando en consecuencia en el hexagrama 20.
Finalmente el hombre terco, el sabio, aquél en las alturas, las cualidades más luminosas y grandes de aquella personalidad que debe destruirse se enfrenta a a la encrucijada de abandonarse a sí mismo, a aquellos triunmfos morales, a todo el legado y el trabajo que luchó años por construir. Es hora de construir otra cosa, porque hay un fruto que aún no ha sido comido y que florecerá a su debido tiempo. Reconocer esta situación implica una tremenda grandeza de espíritu. Renunciar, asumir que ya no se puede resistir más, que es inútil, que se perdió equivale a conseguir el coche, Pretender mantenerse es equivalente a la autodestrucción. No fue el destino adverso, sino simplemente la tozudez.
muy esclarecedor te felicito
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