Claro, qué mejor hexagrama para describir procesos creativos. Mientras el 22 quizas se refiere a la obra acabada, a la obra contemplada cuyo efecto es comparable a observar un volcán que contiene en si mismo la promesa de estallar, el 25, que se llama "la inocencia" pero que también es "lo inesperado" y la "no intención" de una imagen que brota, explota sin que nada la contenga y uno simplemente va a la siga de esa explosión, tratando de retener ese chispazo súbito en una forma más o menos reconocible.
En la secuencia del rey wen sin embargo va primero la forma, la vasija que contiene, la posibilidad de imitarla deshaciéndose de los adornos en la medida de la labor, como la historia de Inanna, la diosa sumeria que para bajar a los infiernos se va despojando de todo adorno, de toda noción aprendida hasta que ya nada la contiene en el 23 y necesita caerse para renovarse en el 24, y en el 25 es donde nos damos cuenta que esa chispa sigue ahí, que nunca desapareció y que sin importar lo que hagamos o no hagamos aquello que se manifiesta encontrara su curso de expresión más allá de nosotros. Ese 25 que se opone a los esfuerzos titánicos de la semilla para abrirse paso en el 46 y transformarse en un árbol fuerte que eche sombra, abono y semillas para las nuevas generaciones.
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Una flor como esta simplemente aparece, puede que nadie se de cuenta nunca, pero ahí está. |
"La semilla brotará, a pesar de cualquier esfuerzo consciente, es un proceso natural, y si no brota es porque no era su momento, simplemente" El hombre en cada gota de semen contiene alrededor de 200.000 espermatozoides. ¿Cuantos de ellos llegarán a ser humanos? ¿Cuantos de ellos llegarán a ser personajes? ¿Cuántos de ellos trascenderán las eras?
El 25 nos enseña que lo importante es la chispa, que la potencialidad, el aquí y el ahora lo son todo.
Aún cuando su impetuosa primera línea caiga en saco roto hacia el hexagrama 12, no importa, todo hexagrama es solo un momento y cada momento ofrece más de un punto de vista, más de una sola posibilidad de interpretación.
La segunda línea se somete, es obediente y comprende en seguida el mensaje. Se vuelve cautelosa y atenta, aprende a seguir a la distancia, en silencio y discretamente al tigre del hexagrama 10 para que no lo muerda, y si bien no alcanza a cazarlo al menos se libra de los peligros.
La tercera línea, de tan entregada que va, se descuida y deja de poner atención a su entorno. Adopta el piloto automático, y queda atrapada por la inercia, ya no puede improvisar y por eso pierde a la vaca, que de cualquier modo sigue dando leche a quien se la llevó. No somos capaces de reproducir aquel impulso que seguimos y se nos arranca, al menos por el momento.
Hay que pasar por ahí, sin duda. Que algo se nos arranque, que algo se nos pierda, nos permite darle importancia, pero comprendiendo que cualquier vinculación con esa chispa es espontánea, como los vínculos que muestra el hexagrama 13, tan distintos a los de su opuesto complementario, el 7 que nacen de la obligación y la disciplina, y exigen esfuerzo. ¿Puede enfrentarse la inspiración de este modo? Si claro, también.
Si llegamos a las alturas de la cuarta línea puede que comprendamos que aquello que se va siempre regresa, y experimentemos por un instante esa seguridad instintiva de que el universo nos provee de momentos para brillar como aquellos del hexagrama 42, fugaces y potentes.
Y esos momentos también nos traen la angustia de su inasibilidad, como nos muestra la línea 5. Es una angustia natural, espontánea y pasajera que aparece y desaparece, y siempre podemos cortar de raíz en el hexagrama 21. Así como da lo mismo perderla en la línea 3, da lo mismo empantanarse en esta línea: lo que está sucediendo está sucediendo y tarde o temprano dejará de suceder.
Y así llegamos a las cumbres del hexagrama, donde ya comenzamos a atisbar que ese momento de inspiración es apenas el inicio de un sendero de trabajo duro, de utilizar las herramientas en el 26, y que si no nos ponemos manos a la obra y transformamos esa inocencia en experiencia no dejaremos de perseguir rastros en el bosque, pero aún así, terminaremos encontrando algo valioso así que tampoco importa demasiado.
Por eso es que la inocencia es tan difícil de poner en práctica: nos enreda, se nos escapa, nos atrapa y nos envuelve, casi nos obliga a observarla con el ojo externo para poder tallarla y contagiarla, ponerle de nuestra cosecha. Porque los seremos humanos támbien somos transformadores de nuestro entorno y tenemos el bichito de la trascendencia implantado en nuestra conciencia.
No obstante, sigue dando exactamente lo mismo. Somos. Algún día dejaremos de ser y sin embargo seremos otra cosa. La conciencia de ello suele ser aterradora. ¿No les parece?
Quizás no.
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