Desde el año 2018 que, a través de esta poco concurrida página, vengo entregando pronósticos más o menos generales para el ciclo gregoriano que se avecina. A estas alturas es posible incluso establecer una secuencia, tarea que enfrentaré a continuación, que remataré con mis interpretaciones acerca del año que comienza.
El 2018, de acuerdo a mi consulta, estuvo bajo el hexagrama 44, la complacencia, el ir al encuentro. Hablé entonces de la fuerza que irían tomando los movimientos contrarios al orden establecido, contrarios al poder hegemónico, patriarcal y vertical, a pesar de que serían maltratados y menospreciados, atacados, difamados y ninguneados. Ahora, con algo de distancia, también quizás comprendo que podría tratarse del auge de los memes, aparentemente inofensivos, pero que con el tiempo han ido demostrando de crear efectos tremendos en todas las esferas. El 44 mutaba al 6, al conflicto, al desgaste progresivo de la relación entre las diversas capas de la sociedad.
Luego, el 2019 se presentó bajo el signo de Kan, el agua, uno de los trigramas duplicados. La energía sujeta al caos de no controlar absolutamente nada. En Chile tuvimos un estallido social que despertó la inmensa fuerza de un pueblo chileno acostumbrado al yugo de una sociedad de fuerte raigambre autoritaria, la cual se vio obligada a ceder en grados inusitados hasta ese momento. Fue el primero de múltiples estallidos que a lo largo del globo demostraron lo incontrolable de las circunstancias. Las relaciones humanas fueron tornándose cada vez más líquidas, intensas y fugaces, los liderazgos fueron cayendo bajo el peso de su propia soberbia.
Y así llegamos al 2020, que como reacción simétrica a la energía incontrolable de kan se manifestó a través de su opuesto complementario, el hexagrama dui: lo adherido, el fuego. Un año marcado por la pandemia global y un nuevo auge de los movimientos de corte ultraderechista, fundados en convicciones fanáticas y ciegas, de los negacionismos propagados a escala cada vez más extensas gracias a las tecnologías de la información.
El 2021, que se nos está yendo, ha sido un año profundamente misterioso e impredecible, como lo anticipamos en este blog, ya que su energía pertenece al yin, el principio oscuro, receptivo y enigmático, que se superpuso a todos los pronósticos y demostró, una vez más, la futilidad de los esfuerzos para encauzar la energía en pos de una normalidad que cada vez parece más inexorablemente perdida.
Y así, llegamos al 2022, que estará marcado por el hexagrama 18: el trabajo en lo que está corrompido.
Corrupción, Primaveral Crecimiento.
Cosechante: vadear el Gran Río.
Previamente germinar tres días, después germinar tres días.
El nombre del hexagrama alude a una fuente llena de gusanos, y está compuesto por los trigramas sun, viento, aquello que invisiblemente logra colarse en todos los espacios y cuya sutil fuerza no conoce límites, y ken, montaña, la energía del reposo, que resiste estoica, contiene y limita.
El viento que sopla en las faldas de la montaña e impide que crezca la hierba. Una imagen que alude no sólo a la corrupción, sino al trabajo invisible para repararla.
Los cimientos de nuestra sociedad se verán puestos en entredicho, y saldrán a la luz muchos sucesos y mecanismos que hasta ahora se habían mantenido en las sombras. Puede que descubramos cómo muchas de las teorías de la conspiración en verdad no eran tan descabelladas, pero seguro también los teóricos de la conspiración descubran que tampoco ellos tenían la verdad absoluta en sus discursos.
Por el lado positivo, será momento de reparar, reconstruir, de grandes ideas que reúnan voluntades, eso sí, desde un profundo sentido de la autocrítica. A eso se refiere el texto de vadear el gran río. Reformas bruscas y atarantadas coexistirán con otras demasiado sutiles cono para ser notorias. Por cierto, ninguna de ellas tendrá éxito si no es acompañada de una profunda reflexión, implementada de forma gradual y sujeta a la posibilidad de ser enmendada en el camino. El mensaje es no desesperar por lo podrido que se descubra, sino colaborar en su reparación, si se siente la necesidad, y no quedarse de brazos cruzados.
El 2022 se viene movido, requerirá harto trabajo, ensayo y error, y habrá momentos donde quizás sintamos que las fuerzas nos abandonan ante las urgentes medidas que habrá que tomar. El 2021 se nos advirtió que el cambio climático era inexorable, corresponde ahora comenzar a generar nuevos modelos de sustentabilidad que nos permitan mitigar los impactos, que se harán notar en formas tremendas, generar mayores instancias de participación ciudadana, desconcentrar los poderes y la asimetría entre poderosos y oprimidos. No habrá opciones: las urgencias serán mayúsculas y las revelaciones escalofriantes. Muchos mecanismos quedarán al descubierto, y conoceremos más allá de toda duda o falsedad a los responsables. Es un tiempo de limpieza profunda, que nos requiere atentos y conscientes.
No obstante, este año nos encontraremos ante la posibilidad cierta de mejorar. Esta vez no dependerá de los hados más allá de nosotros, sino de nuestras acciones. Es un momento para reparar, no para seguir lamentándose, y ello requiere mucha prudencia y trabajo mancomunado.
En el hexagrama se identifican dos tipos de corrupción: la del padre, que se refiere al uso excesivo de la fuerza, de los castigos, la agresividad. Corresponde al padre porque se refiere a la energía activadora, transformadora, que dinamiza y hace crecer las cosas. No es que esté mal, sino que, como todo en la vida, cuando se excede deja la escoba. La voracidad del sistema economico, del neoliberalismo desatado, el poder sin frenos, en total impunidad, la idea de crecer constantemente, de el esfuerzo por casa vez ser más, son algunos ejemplos.
Pero también existe la corrupción de la madre, o dicho de otra manera, de la energía que nutre y mantiene. Cuando no es capaz de poner límites, cuando deja pasar las cosas, cuando se humilla y olvida su poder. Cuando actúa con desidia e indolencia y no toma cartas en los asuntos.
Y, finalmente, en el hexagrama 18 existe un sabio que se distancia de este acontecer, porque busca mucho más allá del plano exclusivamente humano. El mundo de los visionarios, de los artistas que sin duda nos entregarán grandes obras, o acaso hagan de sus vidas ejemplos, sin crear o participar en grandes movimientos pueden transformarse en grandes y poderosos faros. Sabidurías ancestrales recuperadas, mensajes trascendentales. No los de los gurús, no los de aquellos que aspiran a que los sigan, ni de los grandes líderes y conductores. La fuerza estará en las capas más bajas, y en las elevadas alturas de los sueños y las visiones sin intereses creados de ningún tipo.